Escribir es como editar con palabras, hay que ordenar las oraciones como si fueran planos, usar los signos de puntuación como si fueran transiciones, hacer flashback y flashforward cuando quieres moverte en el tiempo. Un párrafo se me convierte en una escena, y varios, de conjunto, en secuencia. Todos expresan una idea y una intensión. La clave es fácil cuando logras alumbrarlas con imágenes.
Las veces que fui al cine
cuando niño fueron con mi abuelo, quien trabajaba como proyeccionista en varios
cines de Camagüey, una suerte de ciudad simbólica con fuerte tradición en la
apreciación cinematográfica, algo de lo que vine a tener conciencia después.
Había una energía tal, que ir al cine era un placer y signaba parte de la vida
espiritual de la gente. Gracias a mi abuelo pude colarme en algunas tandas,
exclusivas para adultos, y sin sospecharlo empecé a entrar en esa otra realidad
representada en las películas.
De pronto, aquella forma
de soñar en grande se vio forzada a las pequeñas dimensiones de la pantalla del
televisor. La enorme sala oscura que parecía no tener fondo se transformó en
una pequeña sala similar a las de reuniones. Precisamente la primera sala de
video de Cuba se abrió en Camagüey a finales de los ´80 con el identificativo
de “Nuevo Mundo”. Era la consecuencia más visible para mí de un período de
crisis económica conocido como Período Especial, que sacudió el país. Muchos de
los cines comenzaron a cerrar por problemas incomprensibles en aquel entonces
para un chico de cerca de diez años de edad.
Mi casa era una
reproducción, en pequeña escala, de las emergentes salas de video. Recuerdo que
estaba llena de cassettes, máquinas
rebobinadoras, cables conectores y carteles con anuncios de películas. Esa
ventaja propició que más de una vez apreciara algunas de las propuestas del
circuito de exhibición nacional. Tampoco olvido la rutina diaria de mi abuelo
para poner en punta los cassettes,
revisar los cabezales de los equipos de video y alistarse para, desde su
anonimato, cumplir con su rol en ese enorme reto de seducir al espectador.
Mientras ocupaba la
butaca jamás imaginé lo cerca que estaba de hacer mis propias películas, cuando
a partir de cierto día dispuse de una cámara. Tenía 13 años cuando mi abuelo compró
una Hi8, color negro, sistema PAL; que conservo como un tesoro aunque ya no
grabe. Con esta debuté como “el camarógrafo de los videos familiares”, y hacía “películas
dogma”: cámara en mano, luz natural, espacio - tiempo real, a color, sin
efectos especiales...
Además de filmar comencé
a incursionar en la edición cuando tuve una computadora. Aprendí a usar varios
programas, entre los cuales estaba el Ulead Video Studio, y me especialicé en
las presentaciones. Era un hecho muy divertido poder experimentar con las
grabaciones los efectos del software, aunque fuera de una manera rudimentaria e
ingenua.
Ahora, repasando aquellos
pasajes, simpáticos en ocasiones, encuentro las razones que me llevaron a tomar
en serio esa posibilidad de contacto íntimo con la imagen, y las múltiples emociones
que producen en mí y que deseo compartir en esta bitácora persona.
Me alegra mucho el nacimiento de tu blog, que ya desde el inicio lo siento lleno de buena vibra. Esta toma primera me contagia por la especial emoción que compartimos por el cine.
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